¿Perder un hijo y vencer el dolor?

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Él era el mayor de nuestros seis hijos y su muerte nos dejó como familia, completamente conmocionados, devastados y en estado de shock. Unas horas antes estábamos tranquilamente cenando cuando sonó el teléfono para anunciarnos que David no había vuelto a casa, que estaba pescando y que siempre llegaba antes de esa hora.

Entonces, recuerdo, el corazón empezó a latirme fuertemente pero procuré con todas mis fuerzas aferrarme a lo que estaba haciendo, intentando captar el sentido de la película que veía en la televisión, a pesar de que intuía que algo iba mal, muy mal.Las horas que precedieron al hallazgo de su cuerpo fueron interminables. Mi hermana Patri estuvo conmigo durante estas horas angustiosas de búsqueda, y de incertidumbre, siendo para mí un bastión de incalculable valor. Me transmitió una serenidad y una paz extraordinarias que me permitieron afrontar los primeros momentos sin derrumbarme.

CUANDO EL MUNDO SE DESMORONA
El desenlace se produjo cuando recibí la llamada de mi esposo, al que acompañaban el resto de nuestros hijos, al comunicarme que habían hallado el cuerpo… Y entonces, en un instante, en un abrir y cerrar de ojos, la vida que conoces se detiene. Tu mundo se desmorona y crees ser únicamente un espectador de los acontecimientos que se están desarrollando delante de ti, todo transcurre a cámara lenta, y pareciera que lo que está sucediendo no es real, que en cualquier momento despertarás y todo esto no habrá sido nada más que una pesadilla. Un mal sueño del que pronto despertarás. Pero la cruda realidad es bien distinta. 

                                    
El dolor que me produjo la muerte de David era tan insoportable, que durante semanas apenas podía incorporarme sin desfallecer, y entre otras muchas extrañas sensaciones físicas y emocionales, recuerdo una especialmente dolorosa, sentía que me habían arrancado algo de mis entrañas y que algo se había muerto en mí interior. Aun así, no quise refugiarme en los fármacos. En lo más profundo de mí ser sabía que debía afrontarlo. Que Dios nos daría las fuerzas y el consuelo necesarios para superar este sufrimiento, y que juntos, como familia, apoyándonos los unos en los otros nos sostendríamos.

Es cierto que unos años antes ya había sufrido la pérdida de mis dos hermanos pequeños y la de mi padre, pero el dolor que experimenté por la pérdida de David no se podía comparar. Este padecimiento era nuevo, diferente… Y así fue como dio comienzo mi duelo, un camino completamente desconocido que tendría que recorrer de una manera u otra y en el que sin imaginarlo por aquél entonces, hallaría asombrosos descubrimientos que sellarían el rumbo de mí vida.

En la primera etapa, lo que me resultaba más difícil, a pesar de las semanas e incluso de los meses transcurridos era aceptar los hechos: que David había muerto y que no volvería a ver más su sonrisa, no lo volvería a ver entrar por la puerta cargado de peces, (sus trofeos), diciéndome: - ¡Hola mami, mira que te he traído para comer!

Durante semanas, e incluso meses, creí sinceramente que el Señor lo resucitaría y que eso “sería notorio ante todos”, pero los días, las semanas y los meses transcurrían largos, tristes, lentos y dolorosos y eso no ocurría, pero Dios me sostenía.

EL DESCUBRIMIENTO
Mientras tanto, no hacía más que verter lágrimas y más lágrimas clamando y derramando mi corazón delante del Señor noche y día pidiéndole por favor que me quitara ese inmenso dolor que parecía que no iba a menguar jamás. Un día leí algo de Robert A. Niemeyer que me ayudó a comprender la necesidad que tenía de buscar ayuda y de conocer más sobre el duelo. “ Aunque todos debemos intentar encontrar sentido a nuestras pérdidas y a la vida que llevamos después de sufrirlas, no hay ningún motivo para que tengamos que hacerlo de manera heroica, sin el apoyo, los consejos y las ayudas concretas de los demás”. 

Empecé a investigar en diferentes fuentes. Por un lado me conectaba durante horas en foros de Internet donde había muchos testimonios de madres, que como yo, habían perdido a un hijo. Asimismo leía libros y artículos relacionados con el duelo y eso me ayudó a comprender que lo que yo estaba atravesando era nada más y nada menos que un proceso, y que la mayoría de los síntomas o trastornos que padecía eran habituales, aunque no todos, ya que cada duelo es único e irrepetible.

Seguí algunos de los consejos que sugerían y me fui recuperando poco a poco. Todos lo hicimos. Y es que el duelo es el proceso de adaptación que permite restablecer el equilibrio personal y familiar roto con la muerte del ser querido. Resulta especialmente relevante cuando se pierde a alguien muy importante y, pese a ser algo natural, puede suponer un gran dolor, desestructuración o desorganización. Puedo atestiguar que la muerte de David nos unió como familia de una forma extraordinaria.

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